jueves, 20 de diciembre de 2007

Sequía

Janik Ramírez Sequía

- I -

Hacía ya treinta años que no llovía en el pueblo. Los días en que la gente vivía de la tierra se diluyeron como el agua ante el ardiente sol que calcinaba esperanzas y milagros desprendidos de alguna imaginación.

Matías llegó cuando todo había subido de precio, porque todo se traía desde la capital: la comida, el agua, herramientas y todo eso que era sueño dorado, como el llegar a esa “tierra prometida”, ese sueño dorado, pero solo sueño. Él era ingeniero y había sido presentado como la persona que volvería a traer el agua a aquella tierra castigada, no por Dios, sino por un infortunio.

Un jueves, Matías acaparó algo de sol en la ventana oxidada del cuarto que rentó. Un plano estaba sobrepuesto en la mesa de fonda que solía hacer las veces de comedor, estudio o a veces hasta de dormitorio, cuando el sueño aplicaba su fuerza sobre el joven cuerpo en noches muy avanzadas, al lado de alguna taza de café que no provocaba el efecto activador deseado. “Pobre muchacho, trabaja demasiado”, musitaba Doña Eusebia, su casera.

Ese día, saldría a recorrer el imaginario trazo del arroyo artificial que abastecería al pueblo de agua, pero algo se posó en su ventana y distrajo su vista de planos y cálculos. Una muchacha del pueblo lo miró fijamente, robándole su atención, mientras sus ojos lo abandonaban para irse con aquella fémina hasta entonces desconocida.

No lo imaginó. Ella solía seguirlo en todos sus recorridos, en las desagradables visitas de burócratas del departamento de obras municipales, en el estudio interminable de los planos, en cada camino de lápiz o de huellas en la tierra. Hasta ese día, no era más que una habitante que aparecía de incógnito en estadísticas o letreros de bienvenida al pueblo.

En medio del sol vespertino, Matías se olvidó de todo y dejó que la escena corriera junto con el vidrio que lo separaba de ella, quien traía una maleta y un plato con un guisado suculento. Un par de albóndigas con caldillo de jitomate. Tras recibir el plato, los labios de la joven pronunciaron

-Soy Estela

-Bueno, Estela, mucho gusto y gracias por el gui…

Estela hizo que su boca irrumpiera en el flujo de palabras, apartándolas con un beso. Ninguno de los cuatro labios quiso que el momento terminara. Las manos se unían al repentino cortejo, moldeando al amor naciente entre ellos.

Luego de aquel instante, Estela se alejó de la ventana, mientras agitaba su mano en señal de despedida hacia Matías. Él permaneció inmóvil, sin despegarse de la ventana donde el amor le había llegado. Su esperanza agonizaba como el sabor que se iba de su plato de guisado

- II -

Matías se había retirado de la ventana. La lluvia regaba su esplendor por todo el pueblo, además de algunas gotas de alegría que sus ancianos ojos donaron a la causa. Tantos años desde que Estela se fue, tanto tiempo de extrañarla y ahora… escuchó el sonido de un plato limpiado por una cuchara, seguido por una voz femenina que le sonó familiar

-Mi amor, te voy a servir tus albóndigas…