lunes, 13 de agosto de 2007

Tiovivo


Un cuento surgido de aquél tráfico de ayer en la autopista a Cuernavaca... disfrutenlo.

Tiovivo por Janik Ramírez

Julián había dejado aquel tiovivo abarrotado de niños que casi parecía transporte escolar a primera hora de la mañana. Pensó que no le caería mal un paseo por una de las calles cercanas al parque. Caminó hasta que la lluvia interrumpió su corta travesía y se refugió en un techo corredizo de lona en la esquina con la avenida.

Pronto, la gente empezó a aplilarse en el refugio improvisado tras bajar del camión o luego de recorrer algún tramo de la calle. La conversación breve empezó a gestarse entre los presentes bajo la lona:

-Oiga, está muy fuerte la lluvia, ¿verdad?
-Sí, fíjese, ha estado asi toda la semana

Algunos prolongaban la charla en platicarse media vida o el capítulo de la telenovela que, seguramente se perderían, mientras que la mayoría no pasaban de frases alusivas al mal tiempo. En medio de la múltiple plática, Julián se dió cuenta que la lona era parte de un expendio de pan de segunda, donde la mercancía a las puertas de la caducidad era exhibida a la espera de alguien que decidiera darle cobijo en su estómago. El niño decidió ver sus bolsillos, de donde extrajo la moneda de diez pesos que su abuelo le había otorgado como domingo. Tomó un pastelito de uno de los exhibidores y pagó a la señora, quien le regreso siete pesos de cambio, justo cuando la lluvia había parado.

Volvió a caminar hacia el parque. En su andar, Julián vió muchos carteles con una tierna foto de su persona portando un traje de marinero, algunos de los cuales eran alcanzados por gotas que sus zapatos desprendían de cualquier charco que se interpusiera en su camino. Al llegar al parque, casi nada había cambiado, como si hubieran esperado su retorno. Inclusive, cual asiento de honor, le dejaron libre su juego favorito: El tiovivo.

Tomó asiento y con sus pequeñas manos empezó a impulsar el divertido armatoste. Conforme adquiría velocidad, vió al maestro preguntándole cuanto era dos mas dos, a su madre poniéndole seis galletitas recién horneadas en su lonchera de Max Steel y a su abuelo diciéndole que guardara los siete pesos del cambio en su cochinito que celosamente guardaba poco mas de cuatrocientos pesos por concepto de domingos. No tardó en sentir un fuerte dolor de estómago, que le hizo sentir el poco tiempo que le quedaba de vida.

Un brazo blanco puso freno al juego. El parque estaba desolado y la mano tocó el brazo del pequeño Julián en donde descansaba una envoltura de pastelito que indicaba en su fecha de caducidad, un veintidós, un seis y un siete. Al verla, el doctor dictaminó:

-Causa del deceso: Intoxicación.

¡Autopista gratis para todos!... ¿Ah, no?


12 de agosto de 2007. Siete de la noche. El autobús 710 de la línea Estrella de Oro proveniente de Acapulco con destino final en el D.F. debería haber llegado a la Terminal de acuerdo a los tiempos oficiales.

Pero no fue así

Muchos de los pasajeros de ese camión iban dormidos (un 80 % en la parte de arriba y un 50% abajo. El autobús era de dos pisos, del mismo modelo que usan para el turibús en la ciudad de México, solo que con techo), probablemente por el aburrimiento que les causaba Harry Potter and the Globet of Fire o la película navideña que le siguió y esperaban, seguramente, estar en la terminal a las 19 horas y...

Al salir de Morelos y entrar al D.F., poco antes de Topilejo, los automoviles empezaron a disminuir la velocidad hasta llegar un momento en el que nadie avanzaba. Dos carriles totalmente saturados de vehículos esperando pasar la última caseta -la de Tlalpan-. Solo dejaban encender las débiles luces de lectura del autobús y todos buscaron una forma para matar el tiempo largo que nos esperaba. Algunos sacaron sus reproductores de música. Yo traía encendido el mío desde Acapulco y a ratos lo pausaba para admirar el paisaje que rodea a la autopista pero, a las ocho y media, cuando estaba sonando Fight Test de The Flaming Lips, mi MP4 se apagó. Eran las siete y media. Rayos.

Ocho de la noche. Mi madre y yo decidimos hablar a la casa para no preocuparlos. Fue como ser modelo a seguir: Casi todos sacaron sus celulares y hablaron.

Nueve de la noche. Ya avanzamos, pero solo unos 500 metros y a vuelta de rueda. Empiezo a bromear con mi madre con eso de que mejor deberían dejar libre la última caseta de cobro y pasarlos gratis a todos... y luego de esto, siento una extraña evocacion alucinante cuando empieza a caer lluvia. Mi mente fabrica una historia y antes de perderla, saco cuaderno y bolígrafo para plasmarla en el papel.

Nueve y media. El autobús se va por unas calles que no conozco y veo al lado de un puente peatonal un pesero de los que van para el metro Pino Suárez. La mayoría de los pasajeros lo ven con ganas de que ya les dieran el equipaje e irse en él.

Diez de la noche. La autopista terminó. El autobús se incorpora al Viaducto Tlalpan y muchos van empezando a recoger sus cosas, felices de haber salido de la desesperante experiencia.

Diez con treinta y cinco minutos. Las luces fluorescentes se encienden. La sobrecargo del autobus empieza a dar la bienvenida oficial a la ciudad de México y pide que todos permanezcamos en los asientos como niños de alguna primaria en mi remota imaginación. Demasiado tarde. La gran mayoría en la parte de arriba estamos parados y ansiosos por bajar.

Diez con cuarenta y uno. Llegamos a la terminal y todos esperan su equipaje despues de casi cuatro horas de retraso. La maleta, dándome problemas, como de costumbre.

Es hora de irnos a casa...